Regresaba de La Mata de Monteagudo, un pequeño pueblo de Picos de Europa, donde me había alojado unos días a cambio de trabajo. Cogí el tren en Puente Almuhey, recorrí parte de la ruta del Transcantábrico que atraviesa León y el Norte de Palencia y llegué al primer pueblo de Cantabria, Mataporquera, donde debía hacer trasbordo y tomar un ferrocarril de vía estrecha que me llevaría a mi destino, Santander. Como para que esto sucediera faltaban tres horas, decidí dar un paseo.
Las vías marcaban el límite inferior del pueblo, situado en la cota de los 1000 metros de altura. Las fui dejando atrás, me interné en la zona de casas y bares y tomé una empinada cuesta que, una vez acabado el pueblo, moría en el cementerio. No sé si porque era domingo, la verja de entrada estaba abierta. Me sentí afortunada.
El cementerio, que también estaba en cuesta, tenía en su parte más alta un muro de nichos, sobre los cuales me encontré con esta palabra pintada:
No supe entonces, y sigo sin saberlo, si se trataba de una exclamación de júbilo, -la que podría haber sido la primera palabra de Lázaro en su nueva vida-, si era más bien una amenaza, -algo así como “estad preparados, porque resucito”- o si, puestos a teorizar, se trataba de una manera de favorecer la resurrección, una especie de acto performativo, una manera de invocar la acción con la palabra.
Sin prisa, fui paseando y observando la distribución de las tumbas, los nombres, las fechas, los lugares de nacimiento, los epitafios, las flores, el estado de conservación de las esculturas, la pared compartida con la iglesia, las plazas vacantes, en fin, todo aquello en lo que uno se fija cuando pasea por un cementerio.
Antes de abandonar el recinto, volví a subir de nuevo a la parte más alta, de espaldas al gran “¡RESUCITO!”, para contemplar desde arriba la fábrica de “Cementos Alfa” que colorea el paisaje local.
No sé si fue en ese momento, o ahora, mientras escribo, cuando pensé que algunos de los hombres que descansaban allí entonces, ahora y siempre -salvo alguna posible recalificación del terreno o un menos probable terremoto-, frente a la fábrica, seguramente habrían pasado muchos años de su vida trabajando encerrados en ella, -al menos desde 1930, cuando se fundó-, en la zona más baja del pueblo, más allá de las vías.
En el pueblo se descansa, se come y se duerme. Más allá del límite inferior, se trabaja y se cansa uno. Y más allá del límite superior, se descansa para siempre. No puede estar más claro. Alfa y omega. Y sin embargo a veces los límites se traspasan y hay quien fabrica con su trabajo el cemento que sellará su tumba, quien muere trabajando y quien trabaja en el cementerio.
Sea como fuere, los tonos desvaídos de las torres me remitieron a un tiempo de colores esplendorosos y se ofrecieron a mi contemplación como premio a la decisión de mis átomos de dar un paseo, de desviarse, de escapar al determinismo, de disfrutar de las posibilidades del clinamen.
Descendí hasta la puerta, salí y fui bajando entre las casas más altas, que habrían visto pasar muchos ataúdes, atravesé el pueblo pensando que quizá esa fuera la primera y última vez que hacía tal cosa, crucé las vías, llegué a la estación y cogí el tren que me llevó, ya sí, a mi destino.
me entusiasman la lectura eufórica (afín al uomo vivo de capossela) y la amenazadora de la inscripción “RESUCITO”. sin embargo, me temo que pueda tratarse tan sólo de una errata: “RESUCITÓ”, en pretérito indefinido, es un texto frecuente en los suficientes. en plan paulista, el grito vendría a recordarnos que todo eso que nos rodea, esa enorme inversión en esperanza, tiene sentido porque otro resucitó un día.
enhorabuena por el proyecto y mucha suerte.
Bienvenido, testarudo, muchas gracias por la visita, por el enlace y por los augurios. Y muchos besos.
Menos mal que, feliz en mi ignorancia, no caí en ese momento (si te dicen que no caí) en que era una errata, otro caso más de discriminación de las mayúsculas, porque le hubiera restado toda la gracia al asunto y, seguramente, este blog no existiría.
Contesto a las ventajas de la falta de tilde con la última página que he leído del libro que tengo entre manos:
El mendigo ciego le pregunta al enano bufón que de qué vive. Éste responde que de lo que le falta. Y concluye el ciego: “Todos en España vivimos ahora de lo que nos falta”
Corpus Barga, Hechizo de la triste marquesa. Crónica cinematográfica de 1700, 13-14.
Madrid, Abada, 2005
Lo del enano me ha recordado el libro aquél de Denis Johnson, Hijo de Jesús, el del tipo que decía que su novia no era enana, sino que tenía los brazos y las piernas más cortos
Nose, que pensar sobre lo q acabo de leer, no entiendo, ni compredo, la gracia,la ironia, o lo que creas haber querido decir.
lo q se.. es que tu has entrado en el cementerio donde esta mi familia, amigos, conocidos mios, y que as sacado fotos, e incluso que te has querido burlar de las paredes,y pinturas, de mi cementerio (porque lo considero parte mio, de mi prueblo, de mis raices) todavia no creo hacerme a la idea, que tengas la foto de la tumba de mi padre, como encabezado de esta pagina, de la cual jamás di permiso para ello, ni lo haria.
No lo entiendo,
Puedes hablar de lo que quieras, pero con respeto, la familia de otras personas merece respeto, los cementerios donde estan esas familias merecen respeto, y las palabras referidas hacia ellos tambien.
Te agradeceria, por el respeto mencionado antes, que cambies la foto que tienes como cabecera de pagina.
No me interesa la ironía, no busco hacer gracia ni burlarme de nadie -vivo o muerto- y no me gusta faltar ni que me falten al respeto. Pero tampoco me gusta que se malinterpreten mis palabras ni mis intenciones y que se ponga en mi boca algo que yo nunca he pronunciado.
Tengo muy buen recuerdo de mi visita al cementerio de Mataporquera. Fue una tarde luminosa y tranquila dedicada al paseo y la observación, y en ningún momento al gamberrismo.