«Pero Andreas no lo escuchaba. Dejó caer la zanahoria al suelo y la miró como si se tratara de toda la esperanza y la felicidad perdida.
– Nuestras vidas, hermano, son un breve viaje por las tripas de Dios. Pronto nos cagarán. Aquellas colinas no son colinas, sino almorranas divinas, y el mundo es una masa de caca sagrada en la que al final nos hundiremos. – Volvió a sonreír. – Bien, ¿qué dices a eso? ¿No es una idea divertida? El mundo es la barriga de Dios: ahí tienes una imagen para confundir a tus doctores en astronomía. Ve, bebe un poco de vino. ¿Que por qué te odio? Pero si no te odio; detesto al mundo, y tú, por decirlo de algún modo, estás en medio. Ven, bebe un poco de vino, será mejor que nos emborrachemos- ¡Escucha cómo sopla el vientre! ¡Ah, hermano, estoy sufriendo!
Un frío amargo invadió las venas del canónigo [Nicolas]. Había pasado de la pena y el horror a una cruda cordura.
– No puedes quedarte aquí, Andreas […] Perdóname».
Banville, Copérnico, 121-122.
Aquellas colinas no son colinas
31 octubre 2010 por Henar Lanza
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