I
En el cuartel general de la brigada de homicidios, Wilt estaba aprendiendo. Estaba sentado enfrente del inspector Flint, cuyo rostro reflejaba un escepticismo creciente.
-Bueno, volvamos otra vez a ese asunto -comenzó el inspector-. Dice usted que lo que aquellos hombres vieron al fondo del agujero es, en realidad, una muñeca de goma hinchable con una vagina.
-Lo de la vagina es accesorio -dijo Wilt, provocando reservas de incoherencia.
-Puede ser -admitió el inspector-. La mayoría de las muñecas no las tienen, pero… está bien, dejaremos eso a un lado. El punto al que yo pretendo llegar es que está usted completamente seguro de que no hay ahí abajo ningún ser humano real.
-Completamente -dijo Wilt- y si lo hubiese es muy dudoso que estuviese todavía vivo.
El inspector le miró hoscamente.
-No necesito que me indique usted eso -dijo-. Si existiese la más remota posibilidad de que lo que haya ahí abajo estuviese vivo yo no estaría sentado aquí, ¿no?
-No -dijo Wilt.
-Bien. Pasemos pues al punto siguiente. ¿Cómo es que lo que esos hombres vieron, según ellos, era una mujer y según usted una muñeca?… ¿cómo es posible que llevase ropa, tuviese pelo y, más notable aún, que tuviese la cabeza hundida y una mano estirada hacia arriba, en el aire?
-Es que cayó así -dijo Wilt-. Supongo que el brazo se le enganchó de un lado y quedó levantado así.
-¿Y por qué tenía la cabeza hundida?
-Bueno, le eché encima un montón de tierra -admitió Wilt- quizás fue por eso.
-¿Le tiró usted un montón de tierra en la cabeza?
-Eso he dicho, sí -confirmó Wilt.
-Sé que fue eso lo que dijo. Lo que quiero saber es por qué se sintió obligado a tirarle un montón de tierra en la cabeza a una muñeca hinchable que no le había hecho a usted, que yo sepa, daño alguno.
Wilt vaciló. Aquella muñeca maldita le había hecho, en realidad, mucho daño, pero no parecía momento para bordar ese asunto.
-En realidad no sé -dijo por fin-, pero me pareció que quizás pudiese ayudar.
-¿Ayudar a qué?
-Ayudar… No sé. Lo hice y nada más. Estaba borracho cuando hice eso.
-Está bien, volveremos a eso dentro de un momento. Aún hay una pregunta sin contestar. Si era una muñeca, ¿por qué llevaba ropa?
Wilt contempló desesperado el interior de aquel vehículo y se encontró con los ojos de la estenógrafa de la policía. Tenían un brillo que no inspiraba confianza. Luego hablaban de lo de la suspensión de la incredulidad.
-No va a creerse usted esto -dijo Wilt. El inspector le miró y encendió un cigarrillo.
-¿El qué?
-En realidad la había vestido yo -confesó Wilt con una sonrisa nerviosa.
-¿La había vestido usted?
-Sí -dijo Wilt.
-¿Y puede decirme qué se proponía usted cuando la vistió con esas ropas?
-No lo sé exactamente.
El inspector lanzó un suspiro significativo.
-Bien. Volvamos al principio. Tenemos una muñeca con vagina a la que usted vistió y trajo hasta aquí en plena noche y despositó al fondo de un agujero de diez metros de profundidad y a la que le tiró luego un montón de tierra en la cabeza. ¿Es eso lo que me está diciendo usted?
-Sí-dijo Wilt.
-¿No preferiría usted ahorrar a todos los implicados en esto mucho tiempo y muchas molestias admitiendo que lo que en realidad descansa, esperemos que en paz, debajo de veinte toneladas de hormigón en el fondo de ese pilar es el cadáver de una mujer asesinada?
-No -respondió Wilt-. Desde luego que no.
El inspector Flint volvió a suspirar.
-Usted sabe que vamos al fondo de este asunto -dijo-. Puede costarnos tiempo, y dinero, y también paciencia, bien lo sabe Dios, pero cuando lleguemos ahí abajo…
-Encontrarán ustedes una muñeca hinchable -dijo Wilt.
-¿Con una vagina?
-Con una vagina.
(…)
II
El inspector Flint encendió otro cigarrillo con aire de despreocupada amenaza.
-¿Qué tal se lleva usted con su esposa? -preguntó.
Wilt vaciló.
-Bastante bien -dijo.
-¿Sólo bastante bien? ¿Nada más?
-Nos llevamos bastante bien, sí -dijo Wilt, consciente de haber cometido un error.
-Comprendo. Y supongo que ella puede confirmar lo que dice usted de esa muñeca hinchable…
-¿Confirmarlo?
-El hecho de que tuviera usted la costumbre de vestirla y tener relaciones con ella.
-Yo no tenía ninguna constumbre de ese tipo -dijo Wilt indignado.
-Yo sólo pregunto. Fue usted el que primero sacó a colación el hecho de que tenía vagina, no yo. Proporcionó usted voluntariamente esa información y yo, como es natural, supu…
-¿Qué supuso usted? -interrumpió Wilt-. No tiene usted ningún derecho a…
-Señor Wilt -dijo el inspector-. Póngase usted en mi lugar. Estoy investigando un caso de presunto asesinato y aparece un hombre y nos cuenta que lo que dos testigos visuales describen como el cuerpo de una mujer bien alimentada, de treinta y pocos años…
-¿Treinta y pocos años? Las muñecas no tienen edad. Si esa maldita muñeca tuviera más de seis meses…
– Por favor, señor Wilt, permítame continuar. Como le iba diciendo, tenemos un caso de asesinato prima facie y usted admite haber colocado al fondo de ese agujero una muñeca con vagina. Ahora bien, si usted estuviera en mi lugar, ¿qué clase de conclusión sacaría de todo esto?
Wilt intentó imaginar alguna interpretación totalmente inocente y fue incapaz.
-¿No sería usted el primero en estar de acuerdo conmigo en que parece un poco extraño?
Wilt asintió. Parecía extraordinariamente raro.
-Bien -continuó el inspector-. Ahora, si aplicamos la mejor interpretación posible, la más favorable, a sus acciones y, en especial a su insistencia en que la muñeca tenía vagina…
-Yo no insistí en eso. Sólo mencioné ese chisme condenado para indicarle que era muy real. No sugería con eso que yo tuviera la costumbre de…
Se detuvo; miró al suelo con tristeza.
-Vamos, señor Wilt, no se pare ahora. A veces hablar ayuda mucho.
Wilt le miró frenético. Hablar con el inspector Flint no le estaba ayudando en absoluto.
-Si quiere decir usted que mi vida sexual se limitaba a copular con una maldita muñeca hinchable vestida con la ropa de mi esposa…
-Un momento -dijo el inspector, apagando significativamente el cigarrilo-. Bien, hemos dado otro paso adelante. Así que admite usted que eso que está allá abajo, en ese agujero, sea lo que sea, está vestido con ropas de su esposa. ¿Sí o no?
-Sí -convino Wilt, con tristeza.
El inspector Flint se levantó.
-Creo que ya es hora de que vayamos todos y tengamos una pequeña charla con la señora Wilt -dijo-. Quiero saber lo que tiene que decir sobre estos extraños hábitos que tiene usted.
-Me temo que va a ser un poco difícil -dijo Wilt.
-¿Difícil?
-Bueno, verá, la cosa es que se ha ido.
-¿Que se ha ido? -preguntó el inspector-. ¿He oído que dice usted que la señora Wilt se ha ido?
-Sí.
-¿Y a dónde se ha ido la señora Wilt?
-Ahí está el problema, no lo sé -dijo Wilt.
-¿No le dijo a usted dónde se iba?
-No. Cuando volví a casa ella sencillamente no estaba.
-¿Y no le dejó una nota o algo parecido?
-Sí -dijo Wilt-. En realidad lo hizo, sí.
-Bueno, entonces vamos a su casa a echar un vistazo a esa nota.
-Me temo que no es posible -dijo Wilt-. La tiré.
-¿Que la tiró? -preguntó el inspector-. ¿La tiró? ¿Cómo?
Wilt miró patéticamente a la estenógrafa de la policía.
-A decir verdad, me limpié el culo con ella.
El inspector Flint le miró diabólicamente.
-¿Hizo qué?
-Bueno, es que no había papel higiénico en el cuarto de baño, así es que… -se interrumpió.
El inspector estaba encendiendo ya otro cigarrillo. Le temblaban las manos y tenía un brillo remoto en los ojos, de modo que daba la impresión de que acabase de mirar por el borde de un precipicio sobrecogedor.
-Señor Wilt -recomenzó, cuando logró recobrarse-, creo ser un hombre razonablemente tolerante, un hombre paciente y un hombre muy humano. Pero si de veras espera usted que me crea una palabra de esta historia absolutamente ridícula que me cuenta usted, debe de estar loco. Primero me dice usted que metió esa muñeca en ese agujero. Luego admite que iba vestida con la ropa de su esposa. Y ahora me dice que su mujer se ha ido sin decirle dónde, y, por último, para completar la historia, tiene la osadía de decirme que se limpió el culo con la única prueba sólida que podía ratificar su declaración.
-Pero es que es verdad -dijo Wilt.
-¡Qué coño!-gritó el inspector-. Usted y yo sabemos muy bien dónde está la señora Wilt, y no sirve de nada el que sigamos fingiendo no saberlo. La señora Wilt está al fondo de ese maldito agujero y la metió allí usted.
-¿Quiere decir con eso que me detiene? -preguntó Wilt…
Tom Sharpe, Wilt. Barcelona, Anagrama, 1988. 109-112 y 113-116.
I Wilt you a Merry Christmas (o cuando lo verdadero resulta poco verosímil)
25 diciembre 2009 por Henar Lanza
qué bueno belleza
buscaré un ejemplar en cuanto pase por una librería
vuelvo a vivir en el centro en enero
si te animas a un cafelín u otro bebercio dame señal
por aquí
un besote
Si a alguien le ha hecho pasar unos pocos minutos de paréntesis, ya ha cumplido su función. Si alguien incluso se ha reído, me doy con un canto en los dientes. Mi ejemplar me lo he dejado en Santander, si no se lo prestaría con gusto. En enero nos encontraremos en la zona cero, pues. Un abrazo y un beso, dibujanta.